Capítulo 6


Las chozas




Teníamos en la pandilla una verdadera obsesión por hacer cualquier tipo de cubículo en el que nos pudiésemos meter dentro a contar historias reales o inventadas, a jugar a la baraja, a planear juegos... Se trataba de hacer chozas casi en cualquier sitio en que nos pudiéramos reunir, desde las Toscas, el lugar más cercano y punto habitual de encuentro, hasta en algún árbol de la montaña de la Guitarrilla, que estaba a un kilómetro o más de distancia.


Lo materiales de construcción los conseguíamos buscando por los alrededores y normalmente eran:


1. Maderas, para la estructura, de tres tipos diferentes


- Palos o cañas, más o menos largas.


- Tablas, tablones o tableros.


- Pitones, que eran los troncos secos que salían del centro de las piteras y que poseían cualidades idóneas para este tipo de construcción; eran largos, resistentes y pesaban poco.


2. Materiales de recubrimiento


- Telas, habitualmente de sacos viejos ya fuera de papas o de azúcar.


- Plásticos, de los sacos de guano y que los mayores llamaban “presilá”.


3. Amarraderas, por lo general de tres tipos


- Verguillas, para agarres fuertes.


- Sogas finas, para amarres más largos.


- Tiras de platanera, para agarrar la tela o los plásticos.


Nota. En algunas ocasiones conseguíamos unos cuantos clavos que nos servían para reforzar.


Lo divertido eran las horas que le echábamos al trabajo en equipo, todos participaban de alguna manera, y el resultado final, la choza, se cuidaba y se mejoraba continuamente, con un sentimiento compartido de satisfacción y orgullo.


Muy orgullosos estábamos un día de verano cuando terminamos una gran choza de aproximadamente unos 4 metros de largo por 2 metros de ancho y casi 2 metros de alto. Era espectacular, cuadradita, con un par de habitaciones comunicadas y su buena puerta de entrada. Tenía una ventana chica en la habitación de la entrada y una gran ventana en la otra, que se abría hacia el exterior como los ventorrillos de las fiestas. Estaba construida la estructura con pitones bien sujetos y enterrados en el suelo, lo que le daba solidez, sin embargo, en las paredes y el techo gastamos una gran cantidad de plástico que la hacía algo transparente y bastante calurosa.
Estando dentro reunidos, y después de ver que nos habían visitado algunos otros chiquillos del pueblo ya que estaba situada muy cerca de la carretera del Riillo en un lugar de cierto tránsito (pasaba mucha gente camino a Santidad Alta), se nos ocurrió la gran idea, seguramente la tarde que pusieron en la tele la película de Marisol.


- Cuco.- ¡Oye! ¿Por qué no lo usamos como tómbola?


- Javi.- Es verdad, así podremos ganar dinero.


- Sergio.- ¿Y qué rifamos en la tómbola?


- Matías.- Podemos traer algunos juguetes viejos


- Mamé.- Yo puedo traer cuentos y tebeos que ya leí


- Manolín.- Hacemos paquetes sorpresa con golosinas dentro


- Vicentín.- Yo tengo unas pistolas de “mistos” y una muñeca vieja de mi hermana.


- Matías.- Traemos los trompos y boliches del año pasado


- Sergio.- Vale. Mañana por la mañana traemos cada uno por lo menos cinco cosas que sirvan. Cosas rotas o muy viejas, no.


- Matías.- Hay que traer unos papeles y un bolígrafo para hacer los números.


Al día siguiente, según íbamos llegando, colocábamos los cachivaches colgados en las paredes interiores de la habitación grande. Unos hacían por duplicado los números del uno al cincuenta. Pusimos en una pequeña cesta y bien doblados números del 1 al 50, menos los que terminaban en 5, los otros números del 1 al 50 los colocamos junto a cada objeto, menos los que acababan en 7, puesto que a esos le correspondía una “sorpresa”. Algunos hacían un gran cartel en un cartón que colocamos por fuera y que decía en letras grandes:


“T O M B O LA”, y debajo en más chico: “PRUEBE SU SUERTE”


Cuando estuvo todo a punto, abrimos la ventana del mostrador y comenzamos con nuestra primera experiencia como comerciantes serios, ya que hasta el momento, aparte de los trueques de estampas, boliches y demás, sólo teníamos práctica en vender cochinilla y comprar golosinas o cosas que nos mandaban nuestros padres, por ejemplo:


- Mi madre.- Vas a la tienda y me traes un paquete de café torrefacto y una botella de Clipper. Y le dices que me lo apunte.


- Mi padre.- De paso me traes papelillos y un paquete picadura.


- Francis,- Que vaya Matías


- Matías.- Que vaya Sergio


- Sergio.- Que vaya Rafa






En la Tómbola, al mediodía sudábamos la gota gorda porque aquello con tanto plástico parecía un invernadero. Habíamos echo unas perrillas porque algunos chiquillos picaron atraídos por nuestros gritos de propaganda:


- Una pelota nuevita por un duro


- Una muñeca llorona, si tienes suerte


- Una espada del Zorro por cinco pesetas


- Prueben suerte


- Siempre sale, siempre toca...


El truco comercial se basaba en:


1º. Todos los números de la cesta tenían premio.


2º. No poner en la cesta los números de los cuatro o cinco objetos más valiosos. Sólo estaban prestados para que la gente picara. (Eran los acabados en 5).


3º. Los que tocaban “sorpresa” eran paquetitos hechos por nosotros con alguna golosina, (de menos de un duro).


4º. Los objetos que ganaba la gente se daban por perdidos. No importaba, nos íbamos a hacer ricos.


Dado nuestro creciente espíritu comercial, decidimos que la cosa iba bien y que haríamos turnos para no cerrar la tómbola a la hora de comer. Cuando se hizo de noche, recogimos el tinglado y repartimos las ganancias, dos duros por cabeza.


Esa noche casi no dormimos, entre el calor y la excitación de las ganancias. Al día siguiente trajimos más trastos, algunos de gran valor, y abrimos temprano. Se nos dio bien (hasta algunas personas mayores probaron suerte) y al cerrar ya teníamos cinco duros cada uno.


Durante la noche pasó algo en principio raro y misterioso.


Al día siguiente la tómbola se esfumó y con ella nuestro próspero negocio. En su lugar sólo quedaba un montón de cenizas que mirábamos sentados en la cantonera con un sentimiento de profunda frustración. Todos lamentándonos y preguntando de cuando en cuando:” ¿Quién sería el que le prendió fuego?”.


Al rato.- ¿Y Cuco? ¿Dónde está Cuco?


Cuco no había llegado, y después de cierto tiempo comenzamos a mosquearnos y a sospechar. Fuimos a la casa y lo encontramos en el patio de la entrada con cara de asustado, y le preguntamos


- ¿Te enteraste de lo que pasó?


- Sí, ya lo sé; nos dijo sollozando


- Y ¿Cómo lo sabes?


- Porque fui Yo; nos respondió llorando...


Y entonces nos contó como fue el misterio del incendio de la tómbola.


Resultó que Cuco, cuando se iba a acostar, ya tarde, se dio cuenta de que le faltaba un duro y sólo tenía cuatro. Pensó que se le habría caído en la tómbola cuando recogíamos las cosas para irnos. No se le ocurre otra cosa que coger una vela y una caja de fósforos e ir a buscarlo. Una vez dentro, con la vela encendida buscaba el duro que nunca apareció, porque aproximando la luz a la pared de la trastienda por si estaba en una ranura que allí había, prendió fuego al plástico y con los calores de aquella noche de verano ardió rápidamente. Soltó la vela y salió corriendo. Cuando se volvió a mirar, en un santiamén las llamas ya sobrepasaban el techo y se fue angustiado para la casa.


Después de desvelado, tanto  misterio, Cuco nos juró que fue un accidente.


Mamé.- Nos quedamos sin negocio.


Cuco.- Y Yo, sin negocio y con un duro menos....


Tiempo más tarde, cuando nos juntamos con otros chicos del barrio con los que también formamos el equipo de fútbol del Riillo, construimos un conjunto de chozas que pasaron a llamarse


Casetas. Pasamos varios días trabajando intensamente hasta que en una explanada de la Guitarrilla construimos el campamento de casetas indias más grande que se vio nunca en el pueblo. Posteriormente nos fabricamos todo tipo de armas indias para la defensa del campamento de los posibles ataques de las pandillas rivales, especialmente la del barrio del Lomo Chico, que tenía su propio campamento.


Caseta india de base pentagonal o hexagonal . Esqueleto de cañas, cubierta de tela de saco.


Capacidad: de 3 a 5 indios
Las armas que teníamos eran:


- Tira-flechas; Arco de hierro fino y flexible, de unos 50 cm., con los extremos unidos mediante una tensa cuerda.


Alcance aproximado 100 m.


- Flechas; cañas finas y derechas de unos 50 cm., con una punta de clavo amarrada con verguilla. En el otro extremo llevaba dos trozos de pluma de paloma.


- Cartuchera de flechas; hoja de pita cocida en forma de cono, con una cinta de platanera que servía para poder llevarla colgada a la espalda.


- Hachas; trozo de latón de forma triangular, una de las tres puntas se sujetaba al extremo de un palo corto.


- Cuchillos y puñales; de muy diversas formas.


- Tiraderas; palo pequeño en forma de V (el mejor era el de tarajal) al que se unían dos ligas, trozos finos y alargados de cámara de rueda de coche o mejor de bicicleta. En el otro extremo un trozo de cuero de lengüeta de zapato viejo.


Nota.- Las tiraderas no eran armas indias, pero todos teníamos una o dos y la munición, es decir, las piedras chicas, abundaban por todas partes.


- Tiras de trapo; trozos de tela vieja que se untaban en petróleo y se colocaban en las puntas de algunas flechas.


Después de varios días practicando la puntería con las tuneras y de curarnos algunas heridas que nosotros mismos nos producíamos, decidimos que había llegado el momento de atacar. Nos preparamos mentalmente, hicimos un fuego de campamento, nos pusimos a dar vueltas a su alrededor mientras gritábamos y luego saltábamos por encima de la hoguera. Con algunas cenizas y tunos indios nos pitamos la cara antes de partir a la batalla. Salimos cargados de armas y, decididos a cualquier cosa, atravesamos el pueblo hasta el Lomo Chico, donde estaba el campamento enemigo.


El plan era lanzarles flechas encendidas a las casetas y después exigir que se rindieran, pero al llegar nos encontramos una pelea entre ellos. Dos grupos de su mismo campamento habían discutido y por algún motivo se liaron y se rompieron las casetas unos a otros. Nosotros los conocíamos bastante a casi todos, y al vernos aparecer se quedó todo el mundo parado sin saber que hacer. Tuvimos que parlamentar, dejar el ataque para otra ocasión más propicia y decidimos pasar la rivalidad al terreno deportivo, con lo que, al día siguiente a las cinco de la tarde quedamos para enfrentarnos en un partido de fútbol donde demostraríamos nuestro poderío a base de goles....