Capítulo 3


El Túnel del conejero                   Audio 







En el pueblo, nuestros vecinos eran también nuestros amigos, porque en aquel tiempo, los niños crecían juntos compartiendo la escuela, los juegos, las calles y las casas, que estaban una, al lado de la otra, y no como ahora, que están unas encima de otras y los niños que viven en ellas apenas se conocen.


Con solo asomarse a la puerta de su casa se podían ver como los demás estaban jugando en la calle alegres y tranquilos, pues habían tan pocos coches, que cuando alguno se acercaba, se oía desde lejos, y daba tiempo para recoger las cosas de jugar y apartarse para que el coche pasara, continuando por donde lo habían dejado, ya fuera un partido de fútbol, una partida a la tángana, a los trompos o al boliche.


La mayoría de los días, después de salir del colegio, volvíamos corriendo a casa para merendar, y tras comer con rapidez el bocadillo, y a veces sin terminarlo del todo, salíamos de nuevo a la calle donde con certeza estarían los demás con las mismas ganas de querer juntarse, pues aún nos quedaba un trozo de día del que disfrutar juntos. Cerca de algún portal, nos reuníamos, y decidíamos entre todos lo que hacer. Unos días se inventaban juegos, otros se contaban muchas historias, algunas inventadas, y en días especiales se iba de aventuras.


En uno de aquellos días, debió de ser a mitad de año, tuvimos la ocurrencia: ¡¿Vamos a explorar el Túnel de Juanito León?! Tras un rato de discusión entre los que estaban a favor de la idea y los que ponían reparos, llegamos al acuerdo de que los que quisieran arriesgarse llevarían a cabo aquella osada aventura. Comenzamos a pensar que haría falta para poder realizar con las mejores garantías este proyecto, y cuales podrían ser los contratiempos que pudiésemos encontrar. Habíamos oído de los mayores del pueblo que ese túnel era un lugar oscuro y tenebroso que escondía en su interior algunas sorpresas inesperadas.


Ya comenzaba a oscurecerse la tarde, cuando acordamos ser todos los valientes que se atreverían a entrar en el túnel. Esos valientes eran: Javi, el de Martín, Cuco, el nieto de Dominguito el de los suspiros, Mamé, el de Carmelita, Valentín, el medio primo, hijo de Rafael, Manolín, el sobrino de “Fefa” la costurera, Matías y Sergio, los gemelos, y Rafa, el hermano de los gemelos.


Cuando la oscuridad de la noche se hizo más intensa y las escasas farolas proyectaban su tenue luz, decidimos que al día siguiente, que era sábado, y no había escuela, llevaríamos a cabo aquella arriesgada y desafiante aventura.


Entusiasmados por la idea, y a pesar de que la noche se nos echaba encima, comentamos lo que nos haría falta. Necesitábamos una luz para poder ver dentro del túnel, pues algunos se habían acercado a la entrada y, sin atreverse a entrar se percataron de que la luz del día solo proyectaba claridad para penetrar unos quince o veinte metros, pero de ahí en adelante todo era oscuridad e incertidumbre. Acordamos que cada uno trajera de su casa las velas y fósforos que pudiese apañar. También pensamos llevar algo de comida, galletas al menos, por si la travesía fuera larga y apretaran las ganas de comer.


Cuando llegó la noche y comenzó a oírse: ¡Manoliiinn, Manoliiiinn ¡ ,supimos que se acercaba el momento de la retirada y quedamos en que al día siguiente nos atreveríamos a entrar en el túnel de “Juanito León”. Quedamos en que nos reuniríamos sobre las cuatro de la tarde, después de la hora de la siesta, cuando aflojara un poco el sofocante calor. Además, siempre teníamos la idea de que las tardes eran más largas que las mañanas, con lo que habría mucho más tiempo para ir y volver.


No eran ni las tres y media, y en la cantonera de las Toscas, lugar habitual de reunión, estábamos ya los primeros en llegar, Los gemelos con Rafa, Javi y Mamé. Esperábamos temerosos de que alguno de los que faltaba fuese un “gallina” y se arrepintiese en el último momento. Según llegaban, iban enseñando las cosas que pudieron traer de sus casas. Algunos trajeron una vela entera, y otros solo algún pedazo más o menos largo. Javi logro “birlar” una caja con fósforos, Manolín, el más gordo del grupo se acordó de la comida y trajo un paquete de galletas Bandama.


Ya eran las cuatro de la tarde, la hora fijada, y aún faltaba uno por llegar. Empezábamos a impacientarnos cuando por la esquina de la calle apareció el que faltaba corriendo a toda prisa. Jadeando, con la lengua fuera como un perro, logro decir:


- Es que cuando salía de mi casa se me ocurrió que a lo mejor nos daba sed y entonces volví y cogí una botella de agua.


Era “Vicentín”, que como siempre era el último en llegar a las reuniones. Ya estábamos todos, y una vez que se revisaron las cosas, solo quedaba llegar al lugar y tener valentía.


Había llegado la hora, y caminamos por los estrechos senderos que conducían a la carretera de atrás. Esta era una carretera alquitranada, la única del pueblo, por la que pasaban los coches que se dirigían a Santidad Alta. Cuando la estaban haciendo nos pegábamos horas y horas viendo el trabajo y siempre nos acordamos de “Chago”, el de Agustinita, con las botas grandes por encima de las rodillas, negro de arriba abajo y la vara de escupir alquitrán en las manos.


Tras atravesar la carretera, bajamos por el caminillo que llegaba hasta la acequia. Por esta siempre estaba pasando agua, y en ella varias mujeres lavaban la ropa, que luego tendían sobre las pitas de los alrededores donde se iban secando. Mas adelante estaban los cercados del Conejero, un par de ellos de millos, luego uno de papas, y por fin llegamos a las plataneras. En un lateral de estas, y cerca de un pequeño estanque se encontraba la boca de entrada al túnel de Juanito León.


Una vez allí, y antes de entrar, revisamos las cosas, por si nos faltaba algo. “Tenemos tres velas enteras y dos o tres trozos más, y fósforos suficientes, también tenemos algo para comer y beber por si tardamos mucho o por si nos perdemos”.


Entonces pensamos: “Es verdad, puede que el túnel tenga varios caminos y nos podemos perder”. Había que trazar un plan para no tener contratiempos y poder regresar sanos y salvos.


Mamé.- Solo entraremos hasta donde podamos ver con la mitad de las velas, porque necesitamos la otra mitad para poder iluminar el camino de vuelta.


Cuco.- Yo traje unos trozos de tiza que robé de la escuela; podíamos hacer unas marcas en la pared cada vez que caminemos unos cien pasos, así sabremos que estamos regresando por el camino correcto cuando volvamos.


Sergio.- Antes de entrar debemos todos comprometernos a seguir siempre juntos, y si nos da miedo nos agarramos al de delante. No nos separaremos hasta el final.


Aun teniéndolo todo preparado, en nuestros ojos se notaba una mezcla entre las ganas por descubrir y el temor a ese oscuro y desconocido túnel.


Siendo más las ganas de aventurarnos hacia lo desconocido y estimulados por la incertidumbre nos dispusimos a entrar. Al comienzo, ayudados por la luminosidad del sol, veíamos perfectamente por donde se caminaba, con un paso ligero y firme avanzábamos sin dificultad. Pero al cabo de un rato, nos dimos cuenta que ya no veíamos bien, y la oscuridad que había delante era mas intensa que la luz que quedaba detrás. Detuvimos la marcha un momento y encendimos un par de velas para poder ver mejor lo que había delante. El camino se hacía cada vez más estrecho; ya solo podíamos andar uno detrás de otro.


Matías.- Vamos a colocarnos en “fila india”


Y formamos por edad, así en una especie de escalera de siete peldaños, avanzamos lentamente por la oscuridad. El que iba primero cogió una vela y avanzo iluminando unos pocos metros que le bastaban para no tropezar; tras él, seguían los demás con pasos más inciertos, pues las sombras de sus cuerpos dificultaban la visión. Cuando habíamos caminado un rato, parada, para dejar una marca de tiza sobre una de las piedras más sobresalientes de la pared, y todos miramos hacia atrás, y vimos la luz pálida y lejana de la entrada del túnel.


Seguíamos avanzando, pero tras un rato volvimos las miradas hacia la luz de la entrada, que cada vez se veía más lejos, y el hueco por el que penetramos parecía el agujero de una cerradura por el que entra la luz del sol en una habitación oscura.


El temor se adueñaba de algunos, que notaban que aquella luz diáfana y alegre del día que hacia poco tiempo iluminaba todo, se había convertido en una falsa noche invadida de oscuridad.


Nuestro único consuelo eran las velas, pero estas a su vez proyectaban formas fantasmales sobre las paredes del túnel. Como una corriente que no se ve pero que va penetrando en el cuerpo y en el ánimo de los demás, el temor se adueñó de todos haciendo que se detuviesen por un momento las pisadas.


Dudábamos si seguir o regresar, pero haciendo gala de esa valentía inocente, decidimos seguir, agarrados cada uno al que iba delante, más que por el temor a tropezar en los baches del camino, por compartir el miedo que nos comía por dentro.


Logramos seguir, desafiando, por una parte, la inseguridad que producía el saberse cada vez mas lejos de la entrada; por otra, la incertidumbre que aguardaba tras la oscuridad que había delante, y, por ultimo, el miedo que nuestras propias sombras proyectaban. De repente


Javi.- ¡Escuchen!, ¡escuchen!,


Mamé.- ¡Cállense!, ¡escuchen!.


Todos mudos, y más atentos que nunca. Poco a poco un sonido lejano y extraño, algo así como: “Ton, tin, tin, ton”, se oyó


Cuco:-Sí, sí, oigo algo, parece como los pasos de alguien que viene hacia aquí.


Todos empezamos a temblar, pero tras unos momentos de silencio y espera nos dimos cuenta de que el ruido no era de unos pasos, más bien parecía tratase de alguien que golpeaba con un martillo sobre un metal: “tic, tic, toc, toc, tic, toc, toc, tic”.


Sergio.- Eso no es una persona. O es un animal raro, o a lo mejor es que se están cayendo piedras desde el techo y hacen ese ruido al caer al suelo.


Matías.- No es eso porque siempre se oye igual. A mi me suena como el ruido de la pila de agua que tiene mi tía Lucia en el patio: “plic ploc, plic, ploc”.


Javi.- Es verdad suena a gotas de agua que caen desde el techo.


Con esta idea se nos fue calmando el miedo y decidimos seguir adelante y averiguar de qué se trataba. Según avanzábamos, aferrados unos a otros, notamos que el oscuro aire que penetraba por nuestros orificios nasales se hacía cada vez mas frío.


Nadie decía nada, pero el que iba delante con la vela se dio cuenta de que una corriente de aire empujaba y removía la llama de la vela; y de repente se apagó la luz y de nuevo el nerviosismo se apoderó del grupo.


-¿Qué pasó? No veo nada.


-Quietos todos, que no se mueva nadie.


-Rápido, enciende un fósforo.


Una vez encendida de nuevo la vela, se nos calmaron los nervios.


.-Se me ocurre una idea: encendamos otra vela más y así, si se apaga una, no nos quedaremos a oscuras.


Al avanzar unos metros nos dimos cuenta de que a nuestra derecha, como empotrada en la pared, había una tubería. Más adelante comprobamos que el ruido provenía de las gotas de agua al caer sobre la acequia con la que continuaba la tubería.


Había transcurrido bastante tiempo desde que entramos y decidimos parar para descansar un ratito y reponer fuerzas comiéndonos algunas cosas de las que llevábamos. Todos alrededor de las velas miramos hacia detrás y la entrada del túnel ya no se distinguía.


Pronto reanudamos la marcha, algo más animados después de habernos zampado las galletas y las golosinas, y al poco rato vimos como la luz de las velas se reflejaba en una pared de risco.


-Ya llegamos al final. - dijo Javi.


- Lo logramos. - pensamos el resto.


Despacio nos acercamos hasta la pared que teníamos de frente, pero al llegar y alumbrar vimos que a nuestra izquierda se abría un gran hueco que, a su vez, se hundía en el suelo. Dudamos entre bajar al hueco o regresar, pues llevábamos sobre una media hora metidos dentro, según calculamos entre todos pero sin reloj.


Como la mayoría de las veces, en nuestras aventuras no nos echábamos para atrás y decidimos averiguar adónde nos llevaba aquel nuevo pasadizo. Bajó primero Cuco, al que casi siempre convencíamos para las faenas algo arriesgadas a cambio de algún trozo mas de chocolate o algún caramelo extra, pues temíamos que el fondo del nuevo pasadizo pudiese ser algo peligroso, ya que con las velas no se lograba ver bien.


-Nada, esta bueno para caminar. Déjenme una vela para alumbrar y ver qué hay.


-Toma la vela y mira si hay hoyos en el suelo y si podemos caminar bien por él.


-Sí, se puede caminar bien, bajen.


Comenzamos a bajar uno tras otro, echándoles una mano a los más pequeños, y cuando estuvimos todos, emprendimos la marcha, aunque esta vez la cavidad era más ancha con lo que caminamos por parejas.


Tras unos cinco minutos, divisamos una pequeñísima luz blanquecina en el fondo de la oscuridad, que se notaba más al ocultar, con la mano delante, la luminosidad de las velas.


-Seguro que es una salida, la luz es igual que la que se veía cuando nos alejamos de la entrada.


Por este lado del túnel se caminaba mejor porque el suelo era llano y espacioso. Más animados por lograr llegar a la salida, y cuando la claridad era mayor, apagamos las velas y en algunos momentos hasta corríamos dentro del túnel. Pronto notamos que el aire que respirábamos era cada vez mas calido. La claridad cada vez mayor disipó el resto del temor que algunos todavía tenían.


Al llegar a la salida nos aguardaba una nueva sorpresa. La salida estaba cerrada con una malla metálica. Todos juntos comenzamos a forzarla para intentar abrirla, pero no lo conseguimos, pues estaba atada a los laterales con “verguilla”.


Se creó un momento de desconcierto que atenuó la alegría de haber llegado a la salida.


.-Joder, ahora tendremos que volver y salir por la entrada.


.-Hay que intentar salir por aquí. Si volvemos para atrás tardaríamos mucho.


.-Venga, vamos a intentar romper las verguillas que la sujetan.


Aunque no teníamos ninguna herramienta que cortara, inventamos el martillar el alambre. Uno sujetaba una piedra “viva” de mediano tamaño que situaba debajo del alambre y otro, con otra piedra de similar dureza golpeaba por encima. Tras un rato, logramos debilitar las vergas y con unos movimientos insistentes terminamos por partirlas.






Apartamos la malla hacia un lado y conseguimos salir. De nuevo volvió la alegría y el júbilo. Comprobamos que aún lucía el sol y que estábamos en un cercado que estaba encima de la casa de Juanito León.


Desde allí volvimos por el camino del Riillo hasta la carretera delante de casa. Todos estábamos contentos porque esta aventura al final nos había salido bien y no sufrimos ningún percance serio.


Después de un buen rato en el que nos entretuvimos recordando los “cagues” del miedo que pasamos y los momentos mas gratos, y cuando ya comenzábamos a cavilar la siguiente aventura salta Cuco y dice:


-Oye, ¿que pasa con mi trozo de chocolate?